Alberto Alcalá

Graná


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La nada la mastica el dedo, la nada la palpan los dientes;
sazón de futuro en el pecho, con la nada de ingrediente.
Cuando el río crece nada tibio el rigor de la muerte,
en el gesto que promete y después se queda en nada.

Como rezo de quien nada esperaba de su rezo,
como el batir de alas rotas de un animal sangriento;
provocando en el que mira compasión, luego lamento.
Y al final sólo es la vida escapándose del cuerpo.


La nada que engorda los huesos, la misma que achica la carne,
la que hace vulgar al bostezo y vuelve torpes los andares.
Diciendo a voz en grito: nada tiene sentido, ahora es en vano;
la fiebre trepando a la espalda fue el reflejo de un milagro.

Intentaba yo decirte, con mis torpes argumentos,
que hubo días en que a esa nada me sabían a mí tus besos.


Autor(es): Alberto Alcalá