Tangos

El cantar de aquel malevo


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¡Con la frente cabizbaja, como en hondas reflexiones,
el malevo, tardo el paso, al cotorro se encamina,
mascullando entre los dientes una mezcla de canciones
que parecen maldiciones al espiante de una mina!...
— ¡Yo, la tuve como “raina”! —con tristeza caturriaba—
¡Y por ella yo me hice, un shusheta de decente,
por creerla santa y buena que en mi alma la llevaba,
y el amor que le tenía lo hizo mugre la indecente!...

El malevo llega triste al bulín abandonado,
como campo desvastado por furioso vendaval
y contempla con el ansia de su ser emocionado,
en un clavo mal colgado un vestido de percal...
Lo acaricia lentamente con el alma atribulada,
¡Oh, mi amigo, también tiene su sufrir el arrabal!...
Y lo besa amargamente, con su pena más callada,
de dos lágrimas que ruedan por los pliegues del percal.

¡Yo que siempre la llevaba como flor prendida al brazo
con orgullo del que lleva un bagallo muy debute!...
¡Oh, jue perra! ¡Fue muy duro, muy terrible el esquinazo
de amurarme su cariño, por un rico farabute!...
¡Como vaina pa’ la faca le era fiel a la minusa
que llegó con sus amores achurarme el corazón,
y la pena que me mata a mi vida espirajusa,
por la herida que ha dejado el puñal de su traición!

Mas de pronto cual si fuera su sufrir un rudo ultraje
al vestido lo descuelga y lo tira contra el suelo
y con rabia pisotea de la ingrata aquellos trapos,
maldiciendo sus amores con horrible desconsuelo,
hasta que la angustia ahora sus brutales sentimientos.
Y el cariño hacia la mala sobrepónese al dolor;
cae al suelo de rodillas y abrazándose al vestido
con sus besos doloridos pide a la ingrata perdón.


Autor(es): Andrés González Pulido, Rodolfo Sciammarella