Joaquín Sabina

Don Andrés Octogenario


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Podemos decir que sin exageración
era algo extraordinario,
la enfermera que cuidaba al bueno de Don
Andrés Octogenario.
El abuelo que enfrentaba con un resquemor,
perspectivas eternas
en lugar de rezar miraba con fervor
sus magníficas piernas.

"Para siempre esta vez,"-dijo- "me
voy a echar en brazos de Morfeo,
ya no te veré más, no me
puedes negar mi último deseo"
Con un hilo de voz, el enfermo expresó,
su voluntad postrera
no diremos cuál fue, sólo que ella accedió,
¡bravo por la enfermera...!

Y fue a desabrocharse ella el quinto botón
de los seis de la bata,
que por la enfermedad, o bien por la emoción,
él estiró la pata...
Pero lo grave estuvo, en que estiró algo más.
Y un algo tan notorio
que los deudos al verlo exclamaron: ¡jamás!,
¡jamás iremos al velorio!.

Ni al entierro tampoco puesto que al ataúd
no habrá quien le eche el cierre,
que fue a morir así, en plena senectud
y Andrés erre que erre.

Nadie fue al funeral,
nadie llevo una flor, nadie fue al cementerio
y hasta escandalizó al mismo enterrador,
que dijo: "Esto no es serio..."

Y al pobre Don Andrés lo enterraron muy mal,
entreabierta la caja
la muerte lo abrazaba de un modo especial,
lo que tampoco es paja...


Autor(es): Jorge Krahe, Javier Krahe